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Emperador Divino del Japón antiguo
—En cierto tiempo Yo era el primer emperador de Japón. Después Me encarnaba allí varias veces.
»En Mi última encarnación nací en la familia imperial. Desde la niñez Mi vida fue sometida a la única predestinación: ser el Emperador, pero no un simple monarca —la persona ordinaria que, por las veleidades de la suerte, consiguió el poder superior en el país y que puede usarlo para vivir en los placeres y lujo a cuenta de los súbditos. No. Yo debía llegar a ser el Emperador Divino, es decir, la personificación de la Perfección para Mi pueblo.
»Muchas personas en Mi país tenían una suerte difícil y les tocó trabajar duro. Pero entre todos ellos Mi trabajo no era más fácil.
»Aquellas cualidades de guerrero que debía cultivar un samurai, aquella honestidad y cumplimiento del deber que debían ser practicados por los empleados públicos, aquella rectitud que debía ser anhelada por cualquier ciudadano, todo esto, debía personificar el Emperador. Él no podía tropezar en nada, no podía ser nada menos que la Perfección, pues debía reflejar la Divinidad.
»¡Sí, Mi vida no era una vida de un simple mortal: las cualidades que las personas tratan de obtener durante los años y no obtienen por la condescendencia a sus debilidades y diversos deseos terrenales, Yo las debía manifestar en cada instante con Mi vivir! Yo no podía permitirme ni un momento de debilidad, en la cual muchas personas están sumergidas la mayor parte de sus vidas.
»El Emperador no vivía para sí, sino para el pueblo. Dedicaba Su vida a Su pueblo, manifestando el ideal de la impecabilidad.
Esta tarea, planteada ante Mí por el destino, Me convertía naturalmente en el hombre que no tenía preocupaciones personales y vida privada, pero que, al contrario, vivía ocupándose de las vidas de los demás. ¡Pues el significado de la existencia del Emperador era ser un ideal superior para las personas!
»Así Yo vivía y así terminé Mi vida: no como un alma pequeña «ordinaria», sumergida en sus problemas personales, sino como el gran «Yo», derramado por todas partes y ocupado de los demás.
—Pero ¡cuéntanos, por favor, sobre los métodos y técnicas que Te enseñaron en Tu juventud para que llegues a ser el Emperador Divino, y no un emperador cualquiera!
—¡Tú y todos ustedes los conocen perfectamente! ¡Son los métodos y técnicas que Yo y Nosotros les hemos enseñado!
»Por otra parte, puedo contar cómo Me educaron en la niñez.
»A pesar de que Yo vine desde el estado de Divinidad, no Me dí cuenta de esto, ya que incluso una Conciencia Divina necesita de cierto tiempo para darse cuenta de Su Divinidad y para poder conectarse con el cuerpo material que crece y se desarrolla.
»En aquel entonces Yo —un chico-Emperador— tenía dos Tutores sabios.
»Uno de Ellos Me enseñaba la lectura, escritura, historia y meditación. También, la quietud de la mente, claridad y amplitud del estado de tranquilidad de la conciencia, en el cual cada pensamiento debe unirse con la Voluntad, Poder, Sabiduría y Belleza.
»El Tutor Me mostraba como la belleza de unas palabras, unidas en armonía, crea las imágenes que después viven en los siglos como poemas.
»O, como solamente unos pocos jeroglíficos, escritos en una hoja blanca, pueden contener el gran significado de una ley y cambiar el destino del país y de las personas.
»O, como un pensamiento, expuesto en el estado de quietud de la mente y de la conciencia, puede tener en sí el Poder de la Intención del Creador.
»Él Me enseñaba a pensar uniendo la Conciencia con la mente del cuerpo, haciendo que la mente sea un instrumento en buen estado, instrumento que puede percibir y reproducir la Sabiduría Divina en el mundo material.
»Mi otro Tutor Me enseñaba el arte superior de la virtud militar. Él era un samurai, un súbdito fiel de Mi padre. Fueron sus entrenamientos los que permitieron a la Conciencia Divina unirse con cada célula de Mi cuerpo material de tal manera que la Conciencia pudiera controlar los movimientos de Mi cuerpo, haciéndolos más lentos o fulminantes, similares a un lanzamiento de una flecha.
»Él Me enseñó a permanecer en el estado de tranquilidad profunda y a sentir, con precisión absoluta, el momento en el cual se debe actuar.
»En Mi vida no tuve la necesidad de aprender a manejar bien la espada. Pero los hábitos de este arte Me enseñaron a saber el momento cuando Mi Poder y Voluntad se unen con la Intención Divina y manifiestan una acción impecable. Es el arte de Intención cuando la Voluntad del Creador se manifiesta en el estado de tranquilidad absoluta y en un momento preciso.
»Ambos Tutores tenían gran valentía, y así podían enseñarme la humildad.
»Nadie, salvo Ellos, tenía el derecho de golpear al futuro Emperador. Ambos sabían que si Yo desearía cada uno pagaría con Su vida por Su severidad. Pero Ellos tuvieron la valentía de golpearme hasta que se cercioraron de que Mi Conciencia Divina se unió con Mi cuerpo material.
»¡Su arte de educación era una gran Maestría!
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