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Luchador
—La última vez Me encarné en el sudeste de Mongolia. Desde la niñez, Me sentí grande y fuerte, como un héroe fantástico. Es porque la conciencia grande y pura se encarnó en un cuerpo fuerte y resistente. Por estas cualidades los habitantes locales Me llamaron Vator.
»Esto determinó también que desde la niñez Me apasioné por la lucha. Luchando, Yo obtenía la libertad y Me sentía en Mi elemento, como un ave que, habiendo montado el viento, se deleita con la libertad del vuelo.
»Sin embargo, Yo nunca era agresivo, nunca causaba dolor a los demás.
»Ante cada lucha Me llenaba de tranquilidad profunda y jubilosa. ¡Y cada vez sentí que la Fuente del Poder Inagotable estaba tras Mi espalda y llenaba Mi cuerpo y los brazos de tal manera que parecía que Yo podría derrumbar una montaña! Yo llamé a esta Fuente el Gran Espíritu, el Gran Luchador o Vencedor. Sabía que Él era Mi Amigo, que Él Me amaba y que nunca Me dejaría sin Su apoyo.
»Los muchachos de las aldeas cercanas venían frecuentemente para competir Conmigo. Yo les abrazaba con Mis grandes manos, les llenaba con la luz de Amor y luego, suave y cuidadosamente, los dejaba derrotados en el suelo. Después de cada contienda Yo siempre apretaba sus manos y les decía:
»—¡Gracias! ¡Era una lucha justa!
»Ellos ni siquiera podían enojarse Conmigo, solamente se sonrían confusamente y se iban.
»Yo sabía las reglas de la lucha y nunca las violaba. Entre éstas, la regla más importante para Mí era la Regla Dorada, Regla que Me dio Mi Gran Protector. Él a menudo como insuflaba Amor y Poder en Mi cuerpo y Me decía:
»—¡Siempre, por más difícil que sea la lucha, debes estar inmutablemente tranquilo! ¡Siempre, sea cual sea tu competidor, debes estar en el estado de amor inquebrantable hacia él! ¡Esto es la Regla Dorada!
»Las personas de Mi aldea Me respetaban y los chicos Me pisaban los talones. Me miraban con admiración y querían aprender de Mí. Yo, con alegría, les enseñaba el arte del poder, poder sin violencia, sin agresión, sin enojo y sin arrogancia.
»Internamente Me percibía como un “padre” de todos estos chicos y de todos los aldeanos. Amaba fuertemente a estas personas sencillas y les cuidaba con ternura paternal. Así —en tranquilidad jubilosa— pasaba Mi vida. Estaba feliz y ni siquiera podía imaginar la existencia de una felicidad más grande.
»Los forasteros visitaban rara vez nuestras tierras, pero sí lo hacían, polarizaban enseguida toda la atención.
»Una vez por la aldea se difundió un rumor. Decían que había llegado un extranjero. Mis chicos venían corriendo hacia Mí y, a cual más, comenzaron a contar sobre el forastero que llegó del oriente. Decían que él era un luchador invencible, que quería competir Conmigo, que él viajó por el mundo entero y no pudo encontrar a nadie que sea tan fuerte como él. Los chicos también dijeron que el forastero pasó toda la mañana en la plaza. Me dirigí allí para saludar a Mi futuro competidor.
»Le vi desde lejos. Estaba en el medio de los curiosos. Por primera vez Me encontré con una persona que tenía tanto poder como Yo. Pero su poder era diferente, era extraño para Mí: oscuro, paralizante, aterrador. Yo vi que este poder oprimía a las personas que estaban cerca, y parecía que ellas se hacían más pequeñas, se corcovaban y se agachaban. Nuestros ojos se cruzaron y Yo sentí su mirada pesada y tenaz. Le saludé moderadamente y nos pusimos de acuerdo sobre el tiempo de nuestro duelo.
»El día del combate llegó. Mi poder era grande, pero el suyo también. Sus brazos constaban de odio, su maldad oscura Me envolvía pegándose alrededor y Me ahogaba.
»Yo siempre era abierto y benevolente hacia todos los competidores, pero hacia esta persona podía sentir sólo la repugnancia. ¡Por primera vez en toda Mi vida sentí la repugnancia! No podía encontrar ni una gota de la tranquilidad que siempre antecedía a Mi victoria.
»La ira comenzó a borbotar en todo Mi cuerpo y en ese mismo instante la fuerza Me abandonó. Mis brazos cayeron, como en el sueño, y los ojos dejaron de ver. Sentí que un agujero se abrió en Mí, en el cual entraba libremente el veneno oscuro que paralizaba todo Mi cuerpo. Unos momentos más y Yo estaba en el piso. Casi no podía respirar, como si un bloque enorme de piedra fuese puesto sobre Mi cuerpo.
»Yéndome de este lugar, vi sólo las miradas agachadas y espaldas encorvadas de las personas, personas que perdieron su esperanza, su fe. ¡Y esto fue Mi culpa! ¡Yo quise decirles algo, pero ellos solamente bajaban los ojos! Logré cruzar Mi mirada únicamente con algunos: en unos ojos vi el dolor, en los otros, sonrisas maliciosas.
»Erré sin rumbo durante mucho tiempo. Huía cada vez más lejos de esos ojos. Caminé hasta que caí y, habiendo caído, pasé sin dormir varias horas. Llegó la noche, pero ni la frescura nocturna ni el cielo estrellado, nada podía aliviar Mi dolor. Estaba acostado sin movimiento, con los ojos cerrados y el cuerpo congelado.
»Después de algún tiempo sentí que un calor suave estaba acariciado Mi rostro, brazos y pecho. Abrí Mis ojos. Los primeros rayos del sol Me tocaban tiernamente. El sol —en todo su resplandor matutino— subía sobre el horizonte, inundando con su luz dorada el mundo entero.
»¡El sol Me sonreía! ¡No Me rechazó, no Me despreciaba y no se burlaba de Mí! ¡El sol —con el mismo poder de siempre— regalaba su luz a Mí y al mundo entero! ¡Subiendo cada vez más, inundaba con su calor matutino tierno, con su belleza dorada a todo y a todos! ¡Llenaba con el júbilo de amor cada partícula del espacio! El sol seguía estrictamente la Regla Dorada —amar a todos—, regla que Yo violé.
»Recordando lo que pasó el día anterior, agradecía al Gran Luchador por la lección recibida; Le agradecía por la derrota más profundamente que por las numerosas victorias pasadas.
»Aguantando el dolor, Me levanté. Sacando Mis últimas fuerzas de flaqueza, alargué los rayos de Mi Amor hacia todos los lados, acariciando la frescura de la Tierra, el rocío que brillaba bajo los pies, el azul nebuloso de las montañas lejanas… Me expandía hacia todos los lados cada vez más hasta que pude abrazar la Tierra entera. Me entregaba a ella totalmente, llenando todo el espacio visible con Mi Amor. Incluso no Me di cuenta de cómo, en cierto instante, Me disolví en la Luz hasta tal grado que Me olvidé de todo, Me olvidé de Mi cuerpo quebrantado y de la amargura de la derrota. ¡Hubo sólo la Luz infinita por todas partes! ¡Hubo sólo el Amor, en cuyo resplandor flotaba la Tierra! ¡Hubo sólo la Libertad Infinita que no sabe de las limitaciones!
»De repente Me acordé de Mi cuerpo. Estuvo dentro de Mí, dentro de la Luz Infinita. Lo toqué con la Luz del Amor. El poder comenzó a fluir en Mi pecho. Los brazos y el cuerpo entero se llenaron de la Fuerza Divina. ¡En ese instante Me di cuenta de que Yo soy el Gran Espíritu, Yo soy el Gran Luchador, Yo soy el Vencedor!
»¡Llegué a ser absolutamente libre! Podía ir a cualquier lugar, pero regresé a la aldea. ¿¡Quién fuera Yo, si hubiera dejado a Mis hijos sin apoyo y fe!?
»Sin duda, tuvimos una segunda lucha. ¡No voy a describirla, diré solamente que sólo aquel que vence el mal dentro de sí llega a ser invencible! ¡El Poder verdadero viene siempre y cuando derrotes las últimas gotas del mal dentro de ti!
¡El Poder verdadero es el Poder de Amor! ¡Sólo este es invencible!
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